En estos días me viene el recuerdo de una etapa de mi juventud cuando estuve en una comunidad de seguidores de Gandhi y con el patrocinio de un personaje italiano muy relevante en la época conocido como Lanza del Vasto.
De aquella comunidad me quedó grabado un hábito que tenían y era el siguiente. Cada hora sonaba una campana y todos nos quedábamos durante un minuto en silencio para conectarnos con nuestro interior y reconectarnos con el espíritu que guiaba nuestras vidas.
Podríamos decir que cada uno nos encomendábamos a la divinidad en la que creíamos o el objetivo interior que perseguíamos.
Después de ésta experiencia, pasé por otras comunidades interdisciplinarias en las que pude ver que tenían un hábito similar. Cada equis horas todo se paraba y dedicaban unos minutos a la devoción personal de cada uno o la línea que cada uno seguía. Esto me pareció fantástico porque era una forma de mantenernos conectados con nuestra búsqueda, fuese ésta mundana o espiritual.
Al cabo de los años y como tantos miles de personas practiqué meditación en sesiones diarias de un tiempo determinado, que recomiendo y creo que es una vía de crecimiento muy importante. Personalmente pensé que estaba muy bien, pero que el día tenía muchas horas y era fácil desconectarme del estado meditativo, por lo que comencé a incorporar aquellos viejos hábitos aprendidos en mi juventud.
Desde hace años una de las estrategias más poderosas que he conocido, enseñado y aplicado ha sido la de pararnos tantas veces como podamos al día y durante los minutos que podamos entrar en nuestro interior a través de la observación de nuestra respiración, a la vez que dejamos pasar cualquier pensamiento. Esto nos llevará a un estado de calma y serenidad que es el momento propicio para enfocarnos en crear ese futuro inmediato que queremos vivir.
De esta forma nos centramos en aquello QUE QUEREMOS y no en LO QUE TEMEMOS.
Imaginaros.
¿Cual sería nuestro estado anímico si en estos días de confinamiento que vivimos, nuestra mente estuviese enfocada en vernos y ver a nuestros familiares sanos y fuertes?
¿Si en vez de pensar de forma catastrófica y temida, dirigiésemos nuestro pensamiento en el resultado que queremos?
¿Cómo cambiaría esto mi forma de estar, sentir y actuar?
A este estado podremos llegar a través del pensamiento dirigido o proyección mental, de la meditación o de la oración.
Me viene a la mente ahora el documental de Masaru Emoto, “Los mensajes del agua”. Ciertamente me impactó su visión por ver reflejado en el mismo el poder de nuestro pensamiento, y remontándome varios siglos atrás las palabras del filósofo Blaise Pascal, que decía: entre creer y no creer, lo mejor es creer. En sus propias palabras: “Creer en Dios es la mejor apuesta. Si ganas, lo ganas todo. Si pierdes, no pierdes nada.”
Esto me lleva a la conclusión de que de una forma u otra, para vivir en la esperanza y conseguir nuestra paz interior, necesitamos creer bien sea en una deidad, un poder superior (como cada uno se lo pueda imaginar) i/o en la fuerza del pensamiento como palanca de transformación y cambio del estado presente que nos mantiene en el sufrimiento al estado deseado que nos lleva a la liberación.
De aquella comunidad me quedó grabado un hábito que tenían y era el siguiente. Cada hora sonaba una campana y todos nos quedábamos durante un minuto en silencio para conectarnos con nuestro interior y reconectarnos con el espíritu que guiaba nuestras vidas.
Podríamos decir que cada uno nos encomendábamos a la divinidad en la que creíamos o el objetivo interior que perseguíamos.
Después de ésta experiencia, pasé por otras comunidades interdisciplinarias en las que pude ver que tenían un hábito similar. Cada equis horas todo se paraba y dedicaban unos minutos a la devoción personal de cada uno o la línea que cada uno seguía. Esto me pareció fantástico porque era una forma de mantenernos conectados con nuestra búsqueda, fuese ésta mundana o espiritual.
Al cabo de los años y como tantos miles de personas practiqué meditación en sesiones diarias de un tiempo determinado, que recomiendo y creo que es una vía de crecimiento muy importante. Personalmente pensé que estaba muy bien, pero que el día tenía muchas horas y era fácil desconectarme del estado meditativo, por lo que comencé a incorporar aquellos viejos hábitos aprendidos en mi juventud.
Desde hace años una de las estrategias más poderosas que he conocido, enseñado y aplicado ha sido la de pararnos tantas veces como podamos al día y durante los minutos que podamos entrar en nuestro interior a través de la observación de nuestra respiración, a la vez que dejamos pasar cualquier pensamiento. Esto nos llevará a un estado de calma y serenidad que es el momento propicio para enfocarnos en crear ese futuro inmediato que queremos vivir.
De esta forma nos centramos en aquello QUE QUEREMOS y no en LO QUE TEMEMOS.
Imaginaros.
¿Cual sería nuestro estado anímico si en estos días de confinamiento que vivimos, nuestra mente estuviese enfocada en vernos y ver a nuestros familiares sanos y fuertes?
¿Si en vez de pensar de forma catastrófica y temida, dirigiésemos nuestro pensamiento en el resultado que queremos?
¿Cómo cambiaría esto mi forma de estar, sentir y actuar?
A este estado podremos llegar a través del pensamiento dirigido o proyección mental, de la meditación o de la oración.
Me viene a la mente ahora el documental de Masaru Emoto, “Los mensajes del agua”. Ciertamente me impactó su visión por ver reflejado en el mismo el poder de nuestro pensamiento, y remontándome varios siglos atrás las palabras del filósofo Blaise Pascal, que decía: entre creer y no creer, lo mejor es creer. En sus propias palabras: “Creer en Dios es la mejor apuesta. Si ganas, lo ganas todo. Si pierdes, no pierdes nada.”
Esto me lleva a la conclusión de que de una forma u otra, para vivir en la esperanza y conseguir nuestra paz interior, necesitamos creer bien sea en una deidad, un poder superior (como cada uno se lo pueda imaginar) i/o en la fuerza del pensamiento como palanca de transformación y cambio del estado presente que nos mantiene en el sufrimiento al estado deseado que nos lleva a la liberación.
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