En cierta ocasión, un belicoso samurái desafió a un anciano maestro zen a que le explicara los conceptos de cielo e infierno, pero el maestro le contesto con desprecio:
-¡No eres más que un patán y no puedo malgastar mi tiempo con tus tonterías!-
El samurái, herido en su honor, montó en cólera y desenvainando su espada, exclamó:
-Tu impertinencia te costará la vida.
-¡Eso -replicó entonces el maestro- es el infierno!-
Conmovido por la exactitud de las palabras del maestro sobre la cólera que le estaba amenazando, el samurái se calmó, envainó la espala y se postró ante él, agradecido.
-¡Y eso -concluyó entonces el maestro-, eso es el cielo!
En este relato japonés, vemos cómo el samurái rápidamente es capaz de percibir que son sus emociones las que le sumergen en un estado de cólera tan brutal y descontrolado capaz de quitar una vida por una afrenta a su honor; pero a la vez, la propia autoconciencia de esa cólera que le atrapa, le hace comprender que ése es realmente su infierno; mientras que el agradecimiento por una constatación tan clara y elocuente, le llena de paz y le hace comprender que tal como le explica el anciano maestro zen: ese estado emocional es su cielo.
Si nos observamos con atención, y somos capaces de seguir el flujo de nuestras emociones, veremos -al igual que el samurái-, que son éstas las que nos hacen columpiar en los más variables estados anímicos: tristeza, cólera, euforia, alegría, miedo, etc., etc. Por este motivo y siguiendo la consigna de Sócrates: "Conócete a ti mismo", deberíamos prestar atención para conocer cuáles son las emociones que nos embargan; ya que únicamente si las conocemos, podremos gestionarlas y transformarlas para no ser esclavos inconscientes e involuntarios de las mismas.
La inteligencia emocional es precisamente esta: la habilidad de descubrir y gestionar de forma ecológica y positiva el vendaval de emociones que pueden azotarnos a través de las diferentes situaciones que nos toca vivir.
El tiempo que dediquemos a esta auto-observación nos rendirá grandes beneficios, ya que solo si conocemos qué emoción nos tiene atrapados, podremos gestionarla y salir de la misma transformándola.
Jeroni Hernàndez
Terapèuta i Coach Personal
-¡No eres más que un patán y no puedo malgastar mi tiempo con tus tonterías!-
El samurái, herido en su honor, montó en cólera y desenvainando su espada, exclamó:
-Tu impertinencia te costará la vida.
-¡Eso -replicó entonces el maestro- es el infierno!-
Conmovido por la exactitud de las palabras del maestro sobre la cólera que le estaba amenazando, el samurái se calmó, envainó la espala y se postró ante él, agradecido.
-¡Y eso -concluyó entonces el maestro-, eso es el cielo!
En este relato japonés, vemos cómo el samurái rápidamente es capaz de percibir que son sus emociones las que le sumergen en un estado de cólera tan brutal y descontrolado capaz de quitar una vida por una afrenta a su honor; pero a la vez, la propia autoconciencia de esa cólera que le atrapa, le hace comprender que ése es realmente su infierno; mientras que el agradecimiento por una constatación tan clara y elocuente, le llena de paz y le hace comprender que tal como le explica el anciano maestro zen: ese estado emocional es su cielo.
Si nos observamos con atención, y somos capaces de seguir el flujo de nuestras emociones, veremos -al igual que el samurái-, que son éstas las que nos hacen columpiar en los más variables estados anímicos: tristeza, cólera, euforia, alegría, miedo, etc., etc. Por este motivo y siguiendo la consigna de Sócrates: "Conócete a ti mismo", deberíamos prestar atención para conocer cuáles son las emociones que nos embargan; ya que únicamente si las conocemos, podremos gestionarlas y transformarlas para no ser esclavos inconscientes e involuntarios de las mismas.
La inteligencia emocional es precisamente esta: la habilidad de descubrir y gestionar de forma ecológica y positiva el vendaval de emociones que pueden azotarnos a través de las diferentes situaciones que nos toca vivir.
El tiempo que dediquemos a esta auto-observación nos rendirá grandes beneficios, ya que solo si conocemos qué emoción nos tiene atrapados, podremos gestionarla y salir de la misma transformándola.
Jeroni Hernàndez
Terapèuta i Coach Personal